jueves, 6 de febrero de 2020


Doce palabras al día

Aquella terapeuta estaba loca. Sus métodos no eran nada convencionales. No todos los pacientes entendían bien lo que les proponía como tarea entre sesión y sesión, pero ella siempre les convencía de que no tenían que entender nada, simplemente hacerlo y luego se vería el resultado. Eso sí, tenían terminantemente prohibido contarle a nadie en qué consistía el ejercicio que les ponía en cada sesión.

Con esta premisa y bajo la recomendación de un familiar, entré en su consulta. Lo que más me llamó la atención al principio fue la propia consulta. Esperaba un lugar con un escritorio, un ordenador, los títulos colgados en la pared, en fin, lo típico. Se trataba del saloncito de una casa, con un sofá, un sillón, la mesita central, el mueble del televisor con fotos, figuras, enciclopedias, etc. No sabía donde sentarme, así que esperé de pie y me entretuve leyendo los títulos de los libros de una estantería. La terapeuta no tardó en llegar. Tras saludarnos, me invitó a sentarme donde quisiera. Elegí el sillón. Me sentí protegida por sus amplias orejas y muy cómoda, la verdad. No se bien de donde, ella sacó un taburete plegable y se sentó a mi lado, teniendo que girarme para verle la cara. Me preguntó porqué estaba yo allí y le dije que por recomendación de un familiar.

-Eso no es lo que le he preguntado. ¿Por qué está usted aquí?

-Porque estoy enferma y me han dicho que usted puede ayudarme.

-Pero yo no soy médico, soy terapeuta emocional. No veo cómo puedo ayudarla.

Empecé a pensar que iba a tirar el dinero con aquella consulta. Ya hablaría yo con mi cuñada sobre su recomendación. La terapeuta prosiguió.

-¿De qué está usted enferma?

Comprendí que hasta ese momento nunca me había atrevido a decir en voz alta lo que me pasaba.

-Tengo una de esas enfermedades que antes llamaban "cosa mala".

-¿No sabe usted como se llama su enfermedad?¿No se lo han dicho?- asentí sin pronunciar palabra.- Si usted misma no es capaz de decir lo que tiene, con todas sus letras, poco puedo hacer yo. Así que vamos a empezar con un ejercicio muy sencillo.

Me entregó una libreta y un bolígrafo. ¿Tan novedosa terapeuta me proponía escribir, una de las cosas más recurrentes cuando se atraviesa la enfermedad? ¡No pocos libros han salido de estos procesos! Aún así pregunté:

-¿Qué hago?

- Escribir catorce palabras al día. En realidad doce, las otras dos serán la plantilla. Todos los días al levantarse escribirá dos veces la palabra cáncer, así se enfrentará a ella y no le costará tanto pronunciarla. De cada letra que compone esa palabra, sacará usted otras palabras, en total doce, las leerá en voz alta y me las hará llegar en un mensaje diario.

-¿Una sopa de letras?- le pregunté incrédula.

-No. Cada nueva palabra empezará por una letra de la palabra cáncer, me da igual el orden en que la escriba a lo largo del día. Seis serán positivas y seis negativas. Si se queda sin palabras negativas las completará con una positiva. Pero nunca la revés. No repetirá ninguna. En diez días nos veremos.

Se puso en pie, plegó su taburete y lo guardó detrás del sofá. Abrió la puerta y me hizo gesto de que saliera. Yo estaba atónita. ¿Ya está? ¿Eso era todo? Antes de cerrar la puerta me dijo:

-No se confíe, no es tan fácil como parece.

¿Que no era tan fácil?¿Pensaría que yo era tonta? Le iba a demostrar que se equivocaba.
 

Los primeros días fue fácil:

Cariño, amor, naturaleza, coraje, esperanza, razón.

Caparazón, amargura, negación, culpa, escondida, radioterapia.

Corazón, amigo, nobleza, caramelo, estrella, risa.

Cefalea, asco, náusea, cervicalgia, estéril, recidiva.


Me pasaba las horas pensando y anotando lo que se me ocurría. Empecé a leer viejos libros, donde residían las palabras olvidadas.

El primer día que rellené la parte negativa con una positiva, me sentí victoriosa, feliz. Se me notaba, pero debía guardar el secreto.

Cuando llegó la siguiente cita estaba impaciente por leerle a la terapeuta las palabras de ese día. Eran todas positivas.

Canción, alegría, navidad, compromiso, euforia, ruiseñor.

Compañerismo, altruismo, nadar, capacidad, exultante y recuperación.

Las escuchó con atención y dijo:

- Recuerda que no es lo que te pasa, es lo que te cuentas a ti misma de ello.

Ahora que conoces el poder de las palabras positivas, escribe con ellas tu futuro.



© Rebeca Rodríguez 2020






miércoles, 3 de octubre de 2018

TE PIDO PERDÓN LUIS SUÁREZ

AVISO: Si vienes buscando algo sobre cierto jugador de fútbol, aquí no es.

La mente me trae de pronto recuerdos a su antojo. Cuando quiero recordar algo en concreto de aquellos años, me lo esconde y de pronto me ofrece lo que ella quiera.
Con esto que me trajo días atrás, surgió en mí la necesidad de pedir perdón, de buscar a Luis aunque no fuese yo quien le ofendió aquel día, pero era tan tímida que en ese momento no pude.
No recuerdo muchos detalles, ya dije que mi mente es así de aleatoria. No sé si era verano o invierno, ni de qué año. Esto de vivir en Canarias es lo que tiene. Estábamos en la playa y podía ser Semana Santa, o un fin de semana de enero o quizá ya junio. Tampoco recuerdo qué fue lo que él había presentado en la televisión: si las campanadas o un concurso de Misses o el festival de la OTI. Vaya usted a saber (y si lo sabe, por favor dígamelo).
Lo que sí recuerdo es que le vi por primera vez en la tele de mis abuelos. Era Tonet. Aquel guaperas que seducía a Victoria Vera, que ahogaba en la Albufera al bebé de ambos y luego se suicidaba. Esa dura imagen se queda en la retina de una chiquilla de diez años. 
Más tarde fue Pimentó, en la Barraca (todavía me sé la canción de cabecera, que al tercer capítulo ya había aprendido) y seguía igual de guapo.
La primera y única vez que le vi de cerca, fue en esa ocasión que no puedo ubicar en el tiempo. Tendría yo dieciséis o diecisiete años. Una compañera de instituto con la que hice buenas migas ese curso (que tampoco ubico bien, pero sería cuando repetí segundo de B.U.P o empecé tercero) me animó para ir a la playa. Tengo fotos de ese día. Fotos de muy mala calidad, pero fotos. (No, no las voy a subir a pesar de que estuviéramos estupendas). Recuerdo que había muy poca gente, por eso deduzco que sería en época invernal.
Allí estábamos, boca abajo sobre las toallas cuando le vimos llegar. Caminaba muy orgulloso. Saludó a alguien que estaba a lo lejos y se sentó a unos pocos metros detrás de nosotras. Mary, mi amiga, fue la primera en reconocerlo. Básicamente porque yo había escondido mis gafas de pasta (ahora tan de moda) desde que pisé la arena de la playa y no veía tres en un burro hasta que me las puse. 

Se había recostado apoyado en los codos y en los antebrazos. Tenía gafas de sol y estaba sonriente. Pienso que estaba feliz de estar por su tierra, ya que residía habitualmente en Madrid. Mary, con la valentía y la inconsciencia de las quinceañeras me dijo que iba a acercarse a decirle algo. Que si iba con ella. Y claro, le dije que no. Me puse como un tomate sólo de verle tan cerca. Si me acerco más me podría dar un patatús. Se puso en pie, decidida y fue hacia él. Me coloqué bien las gafas para observar la escena. Se plantó delante, con los brazos en jarras y le dijo: Oye ¿tú eres el de la tele verdad?¿El que presentó "loquefuera"? (de verdad que no me acuerdo que era)
Luis asintió y sonrió más aún. Y entonces la muy insensata le espetó: "Pues que sepas que nos dejaste a los canarios en ridículo" Se giró y regresó a la toalla en tres zancadas. Yo quedé petrificada. Mientras ella regresaba él le gritó: "El ridículo lo estás haciendo tú ahora" No sé si se dijeron algo más. Debajo de la toalla no se oía bien. Desconozco cuanto tardé en sacar la cabeza de allí. Tenía las gafas empañadas e incrustadas en la nariz. Miré a Mary que estaba sentada hacia al mar, dando la espalda a Luis  "Alguien tenía que decírselo" Me dijo y luego, como si nada, me preguntó: "¿Vamos al agua?" 
Le dije que sí, que necesitaba salir de allí pitando. Eran demasiadas emociones juntas. Ver a un actor que me encantaba tan cerca, la vergüenza por la incómoda situación y las ganas de ahogar a Mary por haber destrozado cualquier posibilidad de acercarme a Luis Suárez aunque solo fuera para darle los buenos días. Cuando regresamos del agua, él ya se había ido. Me imagino que le chafamos el  momento relax en la playa. 
Y no se porqué mi cerebro me lo recordó. Así que decidí que con esto de las redes sociales, igual lo encontraba por ahí y podría disculparme, aunque seguramente él ya ni se acordaba de una niñatada de hace más de treinta años. Pero me di cuenta de que hace muchísimo que no le había visto en ninguna película, desde Guarapo. Igual, como Benito, el protagonista, se fue a las Américas y allí se quedó, siendo "tremendo galanazo de telenovelas". Pero no, la Wiki dice que murió en 1992. Me quedé de piedra. No lo sabía. Encima las pocas fuentes que encuentro hablan de que se suicidó. Tendría poco menos de la edad que tengo yo ahora. 
Lo siento. Le pido disculpas al aire por aquella tontería de mi compañera. Perdona Luis. Tú no nos dejaste en ridículo, al contrario. Y hoy más que nunca, deberíamos ver Guarapo, por que Benito, tu personaje más querido, es un símbolo de la emigración.  Te fuiste a un mundo nuevo; emigraste de esta vida para no volver. Pero sigues por aquí, en las fotos, los vídeos y en el incompleto recuerdo de quien fue una muchachita demasiado tímida para pedirte disculpas cuando tuvo la ocasión. 
VER a Luis Suárez en GUARAPO (1988)

martes, 28 de agosto de 2018





"VEINTEAMIGOS"

La culpa la tenía, como no, el gobierno. Menuda ocurrencia la de prohibir elaborar vino a bodegas artesanales o privadas, creando una única y enorme planta vinícola en medio de la isla además de crear la asociación insular de vitivinicultores, fuera de la cual, elaborar vino, estaba prohibido. Eso sí, la maduración la haría cada uno en su bodega, el tiempo que estimase oportuno, pero todos los caldos debían ser elaborados allí, bajo estrictos controles de las administraciones públicas. Se entendía que después de la plaga hubo que tomar medidas, pero eso era el colmo. Obligar a compartir el espacio a todos iba a traer más problemas que beneficios. 
Las negociaciones fueron duras, había mucho pique entre unos y otros. Los del norte decían que sus uvas eran mejores, pues hasta ellas llegaban las brumas marinas, aportando a la fruta un matiz único. Los del sur presumían del sabor que por la cercanía de los volcanes adquirían sus cultivos. Y los del centro... Los del centro presumían de que la planta de elaboración se hubiera instalado en su pueblo. Todos querían la mejor posición para sus tanques dentro de las instalaciones.
Las rencillas y piques continuaron, hasta que un año, no tuvieron más remedio que unirse contra un frente común. No se trataba de una nueva plaga, ni de la escasez de lluvias el invierno anterior o de la falta de subvenciones. Ojalá hubiera sido eso pero se trataba, nada más y nada menos, que de Evaristo. A simple vista, Evaristo no representaba ningún peligro, era un hombre tranquilo que vivía solo y había decidido dedicarse también al mundo vitivinícola. Hubiera sido muy querido entre el gremio a no ser por ese pequeño defectito que tenía y es que Evaristo...era gafe. No sólo era gafe, era muy gafe.
Parece mentira con lo que ha evolucionado la sociedad que siguieran creyendo en estas cosas, pero es que lo de Evaristo, era verlo para creerlo.
Cuando se jubiló y se trasladó a Lanzarote, vino con un buen pellizco de dinero bajo el brazo. Compró una casita con una buena extensión de viñedo. Sabía de vino y de uvas lo que la gran mayoría: el pasillo del supermercado donde se encuentran. Así que también compró libros famosos entre los viticultores como: ¿El viticultor nace o se hace?, Cultivar sin esfuerzo, De la uva al vino: Un bonito camino, Teoría de la viticultura en fascículos y sobre todo, su favorito, Como ser enólogo en 15 días. Pero a Evaristo, ni le gustaba leer, ni tenía tiempo para tanto libro, así que tiró por el camino de en medio y se fue a la sede de la asociación. 
Y ahí empezó todo.
El día que Evaristo puso por primera vez un pie en aquel salón, le recibió Juan, apodado "el Manco". Bueno, en aquel entonces no se apodaba así. Fue a raíz de estrechar la mano a Evaristo que empezó a tener problemas en el brazo derecho, hasta llegar al fatal desenlace. Nuestro amigo le explicó que se acababa de trasladar y que tenía un buen viñedo del que quería sacar provecho. Juan le preguntó qué tipo de uvas tenía y Evaristo se limitó a contestar que blancas y negras, como si fuera un tablero de ajedrez. Juan suspiró y le invitó a sentarse y escuchar. Esa tarde Evaristo conoció a la gran mayoría de socios y empezó a entablar algo parecido a una cordial relación con ellos. 
Se citó con algunos para conocer de primera mano el cultivo, la poda, las enfermedades propias de la vid, la vendimia, el traslado a la bodega y todo el proceso hasta llegar al producto final.
El primer desgraciado con su visita fue Pedro "el Pelao", antes conocido como Pedro "el Mata", por la enorme mata de pelo que tenía. En la visita, a Pedro se le voló el sombrero y Evaristo le prestó una gorra que llevaba en el bolsillo de la chaqueta. De hecho se la regaló. Pedro quedó muy agradecido por el detalle, hasta que una semana más tarde observó que empezaba a "perder población en la azotea".
También, en su ruta de visitas para aprender y conocer de los asociados, recaló en la finca de Gervasio, que era un experto en conocer el momento exacto para la recolección de la uva. Gervasio fue de los más afortunados; no sufrió secuelas físicas del contacto con Evaristo, pero si las consecuencias. Acababa de comprarse una furgonetilla para, principalmente, transportar las uvas. Presumió de ella con su visitante, e incluso, pobre desdichado, invitó a nuestro gafe a subirse al volante. Luego Gervasio le llevó a dar una vuelta por su terreno. Al regreso aparcó en lo alto de una loma y, nadie sabe como, ya que Gervasio juraba que había dejado puesto el freno de mano, la furgonetilla se fue de paseo sola, yendo a recalar sobre las cajas de botellas nuevas que su dueño acababa de adquirir. Se rompieron casi todas.
Y así, un montón de historias con mala fortuna que Evaristo sembraba a su paso.
Se acercaba el tiempo de la vendimia y los viticultores estaban cada vez más nerviosos, se temían una añada catastrófica. Podrían evitar el contacto con el gafe hasta cierto punto, ya que tarde o temprano, tendrían que compartir con él el espacio en la planta central y allí estaban perdidos. Se reunieron a escondidas para tratar de solucionar el problema. Hubo muchas propuestas, pero por desgracia, todas eran ilegales. Había que librarse de él por lo menos un mes hasta que la fermentación y el trasiego estuviesen hechos. Luego cada cual se las apañaría para hacer con sus botellas de vino nuevo o sus barricas de crianza lo que quisiera intentando librarse de la influencia negativa del nuevo socio.
-¡Encima el tipo éste tiene toda la suerte del mundo!- apuntó Nemesio
-Claro, si nos roba la nuestra. Seguro que a este le toca hasta la lotería de Navidad.- contestó Ismael, sin darse cuenta de que acababa de dar con la solución.
-¡Eso es!-dijo "El Pelao" que era un hombre de mente despejada, sobre todo tras la visita de Evaristo- Como tiene tanta suerte, si hacemos una rifa le va a tocar a él. ¡Rifaremos un viaje con gastos pagados y haremos que le toque!
La idea les pareció estupenda, aunque fuera a costa de desembolsar cada cual una buena cantidad para cubrir los gastos, siempre sería mejor que perder todo el trabajo de esa temporada si Evaristo entraba en la planta de elaboración central en ese tiempo.
Amañaron todo y convencieron al gafe de que ellos se ocuparían de su cosecha. Era un viaje fantástico que no se podía perder nuestro hombre. Encima mataban dos pájaros de un tiro, le enviaban a un tour por los viñedos franceses e italianos, que les fastidiara la añada a ellos. Así todos contentos.
Fueron curiosos los titulares de la prensa ese año. Parecía que una gran innovación había llegado al mundo del vino en la isla. Recolección de uvas bajo la luz de la luna, botellas enterradas a cinco metros en la arena, sumergidas bajo el mar, llevadas a una cueva sagrada de otra isla, con música de la Pantoja (la cual detestaba casualmente Evaristo) a todas horas envolviendo las barricas e incluso había alguno a quien le sobraban los cuartos, que estaba pensando en enviar al espacio su producción. Pero todo ello enmascaraba el intento desesperado de los pobres vinicultores de alejar sus caldos de la presencia del gafe.

Llegado este momento, se estarán preguntando qué pasó, si funcionó el esfuerzo. Pues sí, lo lograron. Incluso el vino nuevo de Evaristo triunfó. Le llamó a su producto " Veinteamigos" ya que consideraba que gracias a sus compañeros de la asociación se había logrado.
Han pasado los años y Evaristo ha recorrido más de medio mundo. Siempre le toca el viaje que sortea la asociación. Y es que en el fondo, nuestro querido gafe, es un tipo con mucha suerte.



© Todos los derechos reservados. Rebeca Rguez

domingo, 4 de junio de 2017

DOS TRIBUS ACTUALES



Es mi forma de ser. Ni lo puedo evitar, ni han conseguido hacerla cambiar a lo largo de mi vida. Confieso que sí he tenido periodos de "pasarme al lado oscuro", pero no han durado mucho, no puedo. Siento mucho si lo que viene a continuación les parece una falta de humildad, pero no es así.
Soy una persona generosa, desprendida, sin ambiciones ni envidias, buscando siempre ayudar a quien esté a mi alcance. Claro que he aprendido a decir no cuando ha sido necesario y en esas situaciones de "no" es cuando todos mis "síes" parecen no contar.
Les pondré un ejemplo. Estás en la caja del super con tu carro de la compra y dejas pasar a cinco personas que sólo llevan "una cosita". Cuando llega una sexta persona y le dices que no, para esa persona eres un bicho. Las otras cinco no cuentan, ya se han ido y no pueden decirle a esa sexta persona que has sido muy amable dejando pasar a tanta gente. La historia que cada uno contará será diferente, pero tú eres la misma, no has dejado de ser amable por decir no, por poner un límite.
A lo largo de los años he estado en muchos proyectos, he conocido a muchas personas y he olvidado a otras tantas para bien de mi salud.

Tengo igual facilidad para hacer amigos que enemigos y todo por la misma razón: Ser como soy.

Recordaba días atrás una historia de los Evangelios donde Jesús, tras hacer un milagro, le decía al beneficiario del mismo que no contase nada a nadie. Siempre me pregunté la razón de esa encomienda. Si Jesús quería ser conocido como hijo de Dios ¿qué mejor publicidad que haber hecho un milagro? La gente le creería y reconocería. El sabía perfectamente que iban a surgir dos tribus a su alrededor. Con el paso del tiempo descubrí que la naturaleza humana es la misma, así pasen siglos.
Ante una forma de ser como la mía (que comparto con grandes personas de las que me honro ser amiga) aparecen varios tipos de personas. Los primeros son los iguales, los que entienden la generosidad en sí misma y no ven nada malo ni raro en una persona amable. Luego están los "todo el mundo es culpable hasta que se demuestre lo contrario" y por último los aprovechados.
A continuación, me enrollaré soberanamente sobre estos dos últimos tipos de "tribus".
Piensa el ladrón que todos son de su condición.
Los que no creen que se pueda ser generoso, atento, servicial, etc sin más. Piensan que la persona que actúa así busca algo a cambio, un beneficio, un favor de vuelta. No entienden el hacer el bien en sí mismo, quizá debido a que ellos mismos no lo practican.
Y si a la larga ven que no es así, en vez de dar su brazo a torcer, en su retorcida mente y amargado corazón, buscan otro justificante para tener razón. No es que ellos sean mal pensados, envidiosos a veces, egoístas y poco empáticos, noooo... "es que la persona que ha sido generosa, que se desvive por los demás, que tiene iniciativas, liderazgo, etc...esa persona, tachán-tachán, lo que tiene es afán de protagonismo, busca ser el centro". ¿Les va sonando? Seguro que casi todos han vivido no sólo una sino varias veces la misma historia.
La cosa se complica cuando se reconoce tu valía, se te alaba o, simplemente, se te agradece en público, por otros.
Lo peor es que esta persona, la que no es capaz de ver lo puro y bueno, no se queda en sus pensamientos y desprecios, no. Para reafirmarse, busca orejas que calentar. Tira la piedra y esconde la mano. De forma sutil va envenenando el entorno hasta conseguir que la persona generosa se entristezca, se aparte, en definitiva, se apague y no brille, como en la fábula de la rana y la luciérnaga.
Lo triste es que, volviendo al ejemplo del supermercado, las cinco personas a las que has dejado pasar, hacen caso a la sexta y acaban usando sus gafas para ver distorsionadamente la realidad.
¿Qué hacer? Normalmente el primer impulso es irse, dejar el proyecto, debido a que nos sentimos heridos, pero eso es dar la razón a quien nos ha empujado, es la guinda del pastel. La consecuencia es sentir que, en próximos proyectos, tienes que esconderte, no aportar, ser un borrego más, no brillar. Mi consejo, aguanta siendo como eres, el tiempo aunque se alargue a veces, da la razón. Ya se que otros aconsejarían ir a partirle la cara a quien empieza los malos rollos y mandar a tomar fanta a quienes le han creído, pero allá cada cual. Personalmente, creo que la gente puede aprender, cambiar y darse cuenta de las cosas, si tú te mantienes siendo como eres. Y lo creo por varias experiencias. Una de ellas tardó casi quince años en resolverse. Cuando la persona vino a pedirme perdón, se sorprendió de mi reacción. Ya la había perdonado los primeros meses, los siguientes años sólo fueron de espera. No hubiera podido vivir todo ese tiempo con la carga de no perdonar esperando que me lo pidieran.
Te quiero por el interés, Andrés.
Vamos ahora con los aprovechados. Son diferentes a los anteriores, pero no mejores, ya que se pueden volver en tu contra cuando no consiguen lo que quieren.
Serían los que han visto que dejas pasar a la gente con pocas cosas en tu cola del super y van a propósito a tu lado. Reconocen que no haces las cosas por obtener algo a cambio, que eres generoso, peeero consideran que eres tonto. Tampoco entienden la generosidad en sí misma. Ellos son egoístas, son la tribu de los "toopamí" y ven en tí una forma fácil de conseguir lo que quieren. Normalmente no son sinceros y directos, no te dicen lo que necesitan, insinuan para intentar convencerte (recuerda que piensan que eres tonto) de que ha sido iniciativa tuya el ayudarles y que ellos no han pedido nada. Se acomodan de tal forma, que no buscan sus propias soluciones. En el colegio era el que te copiaba, el que se aprovechaba de tus apuntes, etc. (Algún día escribiré una anécdota muy buena, de una compañera que robó mi redacción, arrancó la hoja de mi libreta y todo. Fue aprovechada, mala persona y muu tonta, criaturita)
Los toopamí rara vez preguntan por asuntos tuyos, salvo cuando quieren pedirte algo. No comparten contigo ni un pastel, incluso ni te invitan a sus cumpleaños o fiestas. Cuando precisan algo, dan vueltas alrededor de ti hasta llegar a la situación y esperan a que tú ofrezcas tu ayuda. Si no lo haces, harán otra ronda, más intensa y acabarán pidiéndotelo. Se acostumbran a que nunca digas NO, que el día que lo haces, se le cortocircuitan los cables. Algunos irán por ahí echándote porquería encima, olvidando las ocasiones de ayuda. A veces creo que en este caso, es mejor que se alejen y no vuelvan, que parasiten a otro.
Lo malo es que te hacen desconfiar de otras personas, pero de nuevo, el tiempo y la experiencia, te ayudarán a ver quien es quien. Ahora tú decides, seguir ayudándoles, sabiendo como son, ya que quizá, hasta sientas lástima por ellos por su verdadera pobreza, la pobreza de su corazón.

Y nunca, nunca olvides, que cada árbol tiene sus raíces, enterradas, fuera de la vista de todos. Que surgió de una semilla y en un entorno. Quizá ése calientaorejas o ese toopamí tenga una historia dura que le hace ser como es.
Aunque igual es más simple la cosa.
Es un coprófago y no hay que darle más vueltas al asunto.




Enhorabuena por leer hasta aquí. Veamos ahora si vuelve a funcionar la página.

domingo, 1 de enero de 2017

POR NO HACERTE SUFRIR



Agapito siempre fue un buen hijo. 

Noble, trabajador,siempre con una sonrisa. Cualquier padre estaría orgulloso. Era tanto lo que lo querían sus padres, que incluso se podría pensar que era su hijo favorito y, aunque nunca lo manifestaron públicamente, todos sabían que así era. Agapito amaba tanto a sus padres que jamás les haría daño. Aunque hacía tiempo que había formado su propia familia, que vivía en otra ciudad y que el trabajo le mantenía muy ocupado, Agapito siempre encontraba un par de minutos para telefonear a sus padres y hacerles saber que estaba bien. A ellos les bastaba con eso. La madre de Agapito era una excelente cocinera y le encantaba agasajar a todo el que llamara a su puerta. Si sabía que Agapito iba a visitarla, preparaba sus platos favoritos en abundancia para que su hijo se llevase alguna fiambrera con parte de la comida. La sobremesa era un tiempo de charla, de diversos temas, donde no faltaban el cariño y las risas.


Pero como la vida no siempre es de color de rosa, un día Agapito empezó a sentirse mal. No tardó en acudir al médico y tras hacerle unas pruebas, se le diagnóstico un cáncer muy agresivo. 
Agapito, como era tan buen hijo, no quiso hacer sufrir a sus padres, en especial a su madre, así que decidió que lo mejor era que ella no se enterase, ni notara nada raro en él. Para ello, empezó a dejar de ir a visitarla; así,ojos que no ven, corazón que no siente. Luego pensó, que como él fallecería pronto, según el pronóstico del médico, lo mejor era distanciar paulatinamente la relación con sus padres. Dejó de llamarles con la frecuencia que acostumbraba, de responder a las llamadas de ellos, de felicitar cumpleaños o Navidades y también, para tener más seguridad de que sus padres no iban a sufrir por la noticia, dejó enfriar la relación con sus hermanos, por si alguno se enteraba y se lo contaba a su madre. Pasó el tiempo y, aunque Agapito no mejoraba, tampoco empeoraba. Mientras, su madre empezó a preguntarse que pasaba, a buscar una respuesta en su cabeza sobre que fue lo que ella o su marido habían hecho para que su tan amado hijo ahora no quisiera saber nada de ellos. Pasaba las noches en blanco, recordando,  buscando teorías. Guardaba en un armario todos los regalos de cumpleaños y Navidad que Agapito nunca más fue a buscar. Los regalos para él, para su esposa y sus hijos. 
Los hermanos de Agapito, veían apagarse a su madre, consumirse en tristeza y cada vez que intentaban comenzar una conversación con él, se encontraban un muro de hielo. Él era tan bueno, que no quería que nadie sufriera cuando llegara el día.
Una noche, la madre por fin pudo cerrar los ojos, entre lágrimas y repitiendo su nombre. Ya nunca los abrió.


La noticia le pilló desprevenido, pues él se había preparado para morir antes que sus padres. Acudió a la sala del tanatorio donde velaban el cuerpo de su difunta madre. Sus hermanos y su padres le impidieron entrar, al grito de:"¡Tú la has matado!¡La has matado de pena y de sufrimiento!"


Pasaron los años. Agapito sigue vivo y sin entender la actitud que encontró ése día en el tanatorio. Èl sólo quiso evitar sufrimiento a los que lo querían. 
Hay amores... que matan.

jueves, 21 de abril de 2016

DE VUELTA

Como dijo el famoso profesor a su regreso...¿Qué hay de nuevo, viejo? Bueno, puede que quizá no fuera eso, pero regreso.
Tras desaturar el correo, he decidido contestaros mediante esta entrada sobre mi tan repentina como misteriosa desaparición de dos meses.
Es sencillo, lo diré sin rodeos, directa al grano, sin ambigüedades, sin dejar un resquicio de duda, de manera rápida y concisa, sin florituras; no os haré perder el tiempo, ni la paciencia, ni las ganas de seguir leyendo. He estado pagando mi deuda con la sociedad, con la alta para más referencia.¿Quién iba a pensar que una de mis cotilleadas era abogada y lectora compulsiva de blogs?
No puedo hablaros mucho del tema, sólo me ha dado permiso para dar una explicación a mis seguidores y a otra cosa mariposa.
Así que a partir de los próximos días, algo iré dejando por este lugar.  Amenazo.