domingo, 1 de enero de 2017

POR NO HACERTE SUFRIR



Agapito siempre fue un buen hijo. 

Noble, trabajador,siempre con una sonrisa. Cualquier padre estaría orgulloso. Era tanto lo que lo querían sus padres, que incluso se podría pensar que era su hijo favorito y, aunque nunca lo manifestaron públicamente, todos sabían que así era. Agapito amaba tanto a sus padres que jamás les haría daño. Aunque hacía tiempo que había formado su propia familia, que vivía en otra ciudad y que el trabajo le mantenía muy ocupado, Agapito siempre encontraba un par de minutos para telefonear a sus padres y hacerles saber que estaba bien. A ellos les bastaba con eso. La madre de Agapito era una excelente cocinera y le encantaba agasajar a todo el que llamara a su puerta. Si sabía que Agapito iba a visitarla, preparaba sus platos favoritos en abundancia para que su hijo se llevase alguna fiambrera con parte de la comida. La sobremesa era un tiempo de charla, de diversos temas, donde no faltaban el cariño y las risas.


Pero como la vida no siempre es de color de rosa, un día Agapito empezó a sentirse mal. No tardó en acudir al médico y tras hacerle unas pruebas, se le diagnóstico un cáncer muy agresivo. 
Agapito, como era tan buen hijo, no quiso hacer sufrir a sus padres, en especial a su madre, así que decidió que lo mejor era que ella no se enterase, ni notara nada raro en él. Para ello, empezó a dejar de ir a visitarla; así,ojos que no ven, corazón que no siente. Luego pensó, que como él fallecería pronto, según el pronóstico del médico, lo mejor era distanciar paulatinamente la relación con sus padres. Dejó de llamarles con la frecuencia que acostumbraba, de responder a las llamadas de ellos, de felicitar cumpleaños o Navidades y también, para tener más seguridad de que sus padres no iban a sufrir por la noticia, dejó enfriar la relación con sus hermanos, por si alguno se enteraba y se lo contaba a su madre. Pasó el tiempo y, aunque Agapito no mejoraba, tampoco empeoraba. Mientras, su madre empezó a preguntarse que pasaba, a buscar una respuesta en su cabeza sobre que fue lo que ella o su marido habían hecho para que su tan amado hijo ahora no quisiera saber nada de ellos. Pasaba las noches en blanco, recordando,  buscando teorías. Guardaba en un armario todos los regalos de cumpleaños y Navidad que Agapito nunca más fue a buscar. Los regalos para él, para su esposa y sus hijos. 
Los hermanos de Agapito, veían apagarse a su madre, consumirse en tristeza y cada vez que intentaban comenzar una conversación con él, se encontraban un muro de hielo. Él era tan bueno, que no quería que nadie sufriera cuando llegara el día.
Una noche, la madre por fin pudo cerrar los ojos, entre lágrimas y repitiendo su nombre. Ya nunca los abrió.


La noticia le pilló desprevenido, pues él se había preparado para morir antes que sus padres. Acudió a la sala del tanatorio donde velaban el cuerpo de su difunta madre. Sus hermanos y su padres le impidieron entrar, al grito de:"¡Tú la has matado!¡La has matado de pena y de sufrimiento!"


Pasaron los años. Agapito sigue vivo y sin entender la actitud que encontró ése día en el tanatorio. Èl sólo quiso evitar sufrimiento a los que lo querían. 
Hay amores... que matan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario. Echaré un vistazo en breve.