"VEINTEAMIGOS"
La
culpa la tenía, como no, el gobierno. Menuda ocurrencia la de
prohibir elaborar vino a bodegas artesanales o privadas, creando una
única y enorme planta vinícola en medio de la isla además de crear
la asociación insular de vitivinicultores, fuera de la cual,
elaborar vino, estaba prohibido. Eso sí, la maduración la haría
cada uno en su bodega, el tiempo que estimase oportuno, pero todos
los caldos debían ser elaborados allí, bajo estrictos controles de
las administraciones públicas. Se entendía que después de la plaga
hubo que tomar medidas, pero eso era el colmo. Obligar a compartir el
espacio a todos iba a traer más problemas que beneficios.
Las
negociaciones fueron duras, había mucho pique entre unos y otros.
Los del norte decían que sus uvas eran mejores, pues hasta ellas
llegaban las brumas marinas, aportando a la fruta un matiz único.
Los del sur presumían del sabor que por la cercanía de los
volcanes adquirían sus cultivos. Y los del centro... Los del centro
presumían de que la planta de elaboración se hubiera instalado en
su pueblo. Todos querían la mejor posición para sus tanques dentro
de las instalaciones.
Las
rencillas y piques continuaron, hasta que un año, no tuvieron más
remedio que unirse contra un frente común. No se trataba de una
nueva plaga, ni de la escasez de lluvias el invierno anterior o de la
falta de subvenciones. Ojalá hubiera sido eso pero se trataba, nada
más y nada menos, que de Evaristo. A simple vista, Evaristo no
representaba ningún peligro, era un hombre tranquilo que vivía solo
y había decidido dedicarse también al mundo vitivinícola. Hubiera
sido muy querido entre el gremio a no ser por ese pequeño defectito
que tenía y es que Evaristo...era gafe. No sólo era gafe, era muy
gafe.
Parece
mentira con lo que ha evolucionado la sociedad que siguieran creyendo
en estas cosas, pero es que lo de Evaristo, era verlo para creerlo.
Cuando
se jubiló y se trasladó a Lanzarote, vino con un buen pellizco de
dinero bajo el brazo. Compró una casita con una buena extensión de
viñedo. Sabía de vino y de uvas lo que la gran mayoría: el
pasillo del supermercado donde se encuentran. Así que también
compró libros famosos entre los viticultores como: ¿El
viticultor nace o se hace?, Cultivar sin esfuerzo, De la uva al vino:
Un bonito camino, Teoría de la viticultura en fascículos y
sobre todo, su favorito, Como ser enólogo en 15 días. Pero
a Evaristo, ni le gustaba leer, ni tenía tiempo para tanto libro,
así que tiró por el camino de en medio y se fue a la sede de la
asociación.
Y ahí empezó todo.
El
día que Evaristo puso por primera vez un pie en aquel salón, le
recibió Juan, apodado "el Manco". Bueno, en aquel entonces
no se apodaba así. Fue a raíz de estrechar la mano a Evaristo que
empezó a tener problemas en el brazo derecho, hasta llegar al fatal
desenlace. Nuestro amigo le explicó que se acababa de trasladar y
que tenía un buen viñedo del que quería sacar provecho. Juan le
preguntó qué tipo de uvas tenía y Evaristo se limitó a contestar
que blancas y negras, como si fuera un tablero de ajedrez. Juan
suspiró y le invitó a sentarse y escuchar. Esa tarde Evaristo
conoció a la gran mayoría de socios y empezó a entablar algo
parecido a una cordial relación con ellos.
Se citó con algunos para
conocer de primera mano el cultivo, la poda, las enfermedades propias
de la vid, la vendimia, el traslado a la bodega y todo el proceso
hasta llegar al producto final.
El
primer desgraciado con su visita fue Pedro "el Pelao",
antes conocido como Pedro "el Mata", por la enorme mata de
pelo que tenía. En la visita, a Pedro se le voló el sombrero y
Evaristo le prestó una gorra que llevaba en el bolsillo de la
chaqueta. De hecho se la regaló. Pedro quedó muy agradecido por el
detalle, hasta que una semana más tarde observó que empezaba a
"perder población en la azotea".
También,
en su ruta de visitas para aprender y conocer de los asociados,
recaló en la finca de Gervasio, que era un experto en conocer el
momento exacto para la recolección de la uva. Gervasio fue de los
más afortunados; no sufrió secuelas físicas del contacto con
Evaristo, pero si las consecuencias. Acababa de comprarse una
furgonetilla para, principalmente, transportar las uvas. Presumió de
ella con su visitante, e incluso, pobre desdichado, invitó a nuestro
gafe a subirse al volante. Luego Gervasio le llevó a dar una vuelta
por su terreno. Al regreso aparcó en lo alto de una loma y, nadie
sabe como, ya que Gervasio juraba que había dejado puesto el freno
de mano, la
furgonetilla se fue de paseo sola, yendo a recalar sobre las cajas de
botellas nuevas que su dueño acababa de adquirir. Se rompieron casi
todas.
Y
así, un montón de historias con mala fortuna que Evaristo sembraba
a su paso.
Se
acercaba el tiempo de la vendimia y los viticultores estaban cada vez
más nerviosos, se temían una añada catastrófica. Podrían evitar
el contacto con el gafe hasta cierto punto, ya que tarde o temprano,
tendrían que compartir con él el espacio en la planta central y
allí estaban perdidos. Se reunieron a escondidas para tratar de
solucionar el problema. Hubo muchas propuestas, pero por desgracia,
todas eran ilegales. Había que librarse de él por lo menos un mes
hasta que la fermentación y el trasiego estuviesen hechos. Luego
cada cual se las apañaría para hacer con sus botellas de vino nuevo
o sus barricas de crianza lo que quisiera intentando librarse de la
influencia negativa del nuevo socio.
-¡Encima
el tipo éste tiene toda la suerte del mundo!- apuntó Nemesio
-Claro,
si nos roba la nuestra. Seguro que a este le toca hasta la lotería
de Navidad.- contestó Ismael, sin darse cuenta de que acababa de dar
con la solución.
-¡Eso
es!-dijo "El Pelao" que era un hombre de mente despejada,
sobre todo tras la visita de Evaristo- Como tiene tanta suerte, si
hacemos una rifa le va a tocar a él. ¡Rifaremos un viaje con gastos
pagados y haremos que le toque!
La
idea les pareció estupenda, aunque fuera a costa de desembolsar cada
cual una buena cantidad para cubrir los gastos, siempre sería mejor
que perder todo el trabajo de esa temporada si Evaristo entraba en la
planta de elaboración central en ese tiempo.
Amañaron
todo y convencieron al gafe de que ellos se ocuparían de su cosecha.
Era un viaje fantástico que no se podía perder nuestro hombre.
Encima mataban dos pájaros de un tiro, le enviaban a un tour
por los viñedos franceses e italianos, que les fastidiara la añada
a ellos. Así todos contentos.
Fueron
curiosos los titulares de la prensa ese año. Parecía que una gran
innovación había llegado al mundo del vino en la isla. Recolección
de uvas bajo la luz de la luna, botellas enterradas a cinco metros en
la arena, sumergidas bajo el mar, llevadas a una cueva sagrada de
otra isla, con música de la Pantoja (la cual detestaba casualmente
Evaristo) a todas horas envolviendo las barricas e incluso había
alguno a quien le sobraban los cuartos, que estaba pensando en enviar
al espacio su producción. Pero todo ello enmascaraba el intento
desesperado de los pobres vinicultores de alejar sus caldos de la
presencia del gafe.
Llegado
este momento, se estarán preguntando qué pasó, si funcionó el
esfuerzo. Pues sí, lo lograron. Incluso el vino nuevo de Evaristo
triunfó. Le llamó a su producto " Veinteamigos" ya que
consideraba que gracias a sus compañeros de la asociación se había
logrado.
Han
pasado los años y Evaristo ha recorrido más de medio mundo. Siempre
le toca el viaje que sortea la asociación. Y es que en el fondo,
nuestro querido gafe, es un tipo con mucha suerte.
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Todos los derechos reservados. Rebeca Rguez