martes, 28 de agosto de 2018





"VEINTEAMIGOS"

La culpa la tenía, como no, el gobierno. Menuda ocurrencia la de prohibir elaborar vino a bodegas artesanales o privadas, creando una única y enorme planta vinícola en medio de la isla además de crear la asociación insular de vitivinicultores, fuera de la cual, elaborar vino, estaba prohibido. Eso sí, la maduración la haría cada uno en su bodega, el tiempo que estimase oportuno, pero todos los caldos debían ser elaborados allí, bajo estrictos controles de las administraciones públicas. Se entendía que después de la plaga hubo que tomar medidas, pero eso era el colmo. Obligar a compartir el espacio a todos iba a traer más problemas que beneficios. 
Las negociaciones fueron duras, había mucho pique entre unos y otros. Los del norte decían que sus uvas eran mejores, pues hasta ellas llegaban las brumas marinas, aportando a la fruta un matiz único. Los del sur presumían del sabor que por la cercanía de los volcanes adquirían sus cultivos. Y los del centro... Los del centro presumían de que la planta de elaboración se hubiera instalado en su pueblo. Todos querían la mejor posición para sus tanques dentro de las instalaciones.
Las rencillas y piques continuaron, hasta que un año, no tuvieron más remedio que unirse contra un frente común. No se trataba de una nueva plaga, ni de la escasez de lluvias el invierno anterior o de la falta de subvenciones. Ojalá hubiera sido eso pero se trataba, nada más y nada menos, que de Evaristo. A simple vista, Evaristo no representaba ningún peligro, era un hombre tranquilo que vivía solo y había decidido dedicarse también al mundo vitivinícola. Hubiera sido muy querido entre el gremio a no ser por ese pequeño defectito que tenía y es que Evaristo...era gafe. No sólo era gafe, era muy gafe.
Parece mentira con lo que ha evolucionado la sociedad que siguieran creyendo en estas cosas, pero es que lo de Evaristo, era verlo para creerlo.
Cuando se jubiló y se trasladó a Lanzarote, vino con un buen pellizco de dinero bajo el brazo. Compró una casita con una buena extensión de viñedo. Sabía de vino y de uvas lo que la gran mayoría: el pasillo del supermercado donde se encuentran. Así que también compró libros famosos entre los viticultores como: ¿El viticultor nace o se hace?, Cultivar sin esfuerzo, De la uva al vino: Un bonito camino, Teoría de la viticultura en fascículos y sobre todo, su favorito, Como ser enólogo en 15 días. Pero a Evaristo, ni le gustaba leer, ni tenía tiempo para tanto libro, así que tiró por el camino de en medio y se fue a la sede de la asociación. 
Y ahí empezó todo.
El día que Evaristo puso por primera vez un pie en aquel salón, le recibió Juan, apodado "el Manco". Bueno, en aquel entonces no se apodaba así. Fue a raíz de estrechar la mano a Evaristo que empezó a tener problemas en el brazo derecho, hasta llegar al fatal desenlace. Nuestro amigo le explicó que se acababa de trasladar y que tenía un buen viñedo del que quería sacar provecho. Juan le preguntó qué tipo de uvas tenía y Evaristo se limitó a contestar que blancas y negras, como si fuera un tablero de ajedrez. Juan suspiró y le invitó a sentarse y escuchar. Esa tarde Evaristo conoció a la gran mayoría de socios y empezó a entablar algo parecido a una cordial relación con ellos. 
Se citó con algunos para conocer de primera mano el cultivo, la poda, las enfermedades propias de la vid, la vendimia, el traslado a la bodega y todo el proceso hasta llegar al producto final.
El primer desgraciado con su visita fue Pedro "el Pelao", antes conocido como Pedro "el Mata", por la enorme mata de pelo que tenía. En la visita, a Pedro se le voló el sombrero y Evaristo le prestó una gorra que llevaba en el bolsillo de la chaqueta. De hecho se la regaló. Pedro quedó muy agradecido por el detalle, hasta que una semana más tarde observó que empezaba a "perder población en la azotea".
También, en su ruta de visitas para aprender y conocer de los asociados, recaló en la finca de Gervasio, que era un experto en conocer el momento exacto para la recolección de la uva. Gervasio fue de los más afortunados; no sufrió secuelas físicas del contacto con Evaristo, pero si las consecuencias. Acababa de comprarse una furgonetilla para, principalmente, transportar las uvas. Presumió de ella con su visitante, e incluso, pobre desdichado, invitó a nuestro gafe a subirse al volante. Luego Gervasio le llevó a dar una vuelta por su terreno. Al regreso aparcó en lo alto de una loma y, nadie sabe como, ya que Gervasio juraba que había dejado puesto el freno de mano, la furgonetilla se fue de paseo sola, yendo a recalar sobre las cajas de botellas nuevas que su dueño acababa de adquirir. Se rompieron casi todas.
Y así, un montón de historias con mala fortuna que Evaristo sembraba a su paso.
Se acercaba el tiempo de la vendimia y los viticultores estaban cada vez más nerviosos, se temían una añada catastrófica. Podrían evitar el contacto con el gafe hasta cierto punto, ya que tarde o temprano, tendrían que compartir con él el espacio en la planta central y allí estaban perdidos. Se reunieron a escondidas para tratar de solucionar el problema. Hubo muchas propuestas, pero por desgracia, todas eran ilegales. Había que librarse de él por lo menos un mes hasta que la fermentación y el trasiego estuviesen hechos. Luego cada cual se las apañaría para hacer con sus botellas de vino nuevo o sus barricas de crianza lo que quisiera intentando librarse de la influencia negativa del nuevo socio.
-¡Encima el tipo éste tiene toda la suerte del mundo!- apuntó Nemesio
-Claro, si nos roba la nuestra. Seguro que a este le toca hasta la lotería de Navidad.- contestó Ismael, sin darse cuenta de que acababa de dar con la solución.
-¡Eso es!-dijo "El Pelao" que era un hombre de mente despejada, sobre todo tras la visita de Evaristo- Como tiene tanta suerte, si hacemos una rifa le va a tocar a él. ¡Rifaremos un viaje con gastos pagados y haremos que le toque!
La idea les pareció estupenda, aunque fuera a costa de desembolsar cada cual una buena cantidad para cubrir los gastos, siempre sería mejor que perder todo el trabajo de esa temporada si Evaristo entraba en la planta de elaboración central en ese tiempo.
Amañaron todo y convencieron al gafe de que ellos se ocuparían de su cosecha. Era un viaje fantástico que no se podía perder nuestro hombre. Encima mataban dos pájaros de un tiro, le enviaban a un tour por los viñedos franceses e italianos, que les fastidiara la añada a ellos. Así todos contentos.
Fueron curiosos los titulares de la prensa ese año. Parecía que una gran innovación había llegado al mundo del vino en la isla. Recolección de uvas bajo la luz de la luna, botellas enterradas a cinco metros en la arena, sumergidas bajo el mar, llevadas a una cueva sagrada de otra isla, con música de la Pantoja (la cual detestaba casualmente Evaristo) a todas horas envolviendo las barricas e incluso había alguno a quien le sobraban los cuartos, que estaba pensando en enviar al espacio su producción. Pero todo ello enmascaraba el intento desesperado de los pobres vinicultores de alejar sus caldos de la presencia del gafe.

Llegado este momento, se estarán preguntando qué pasó, si funcionó el esfuerzo. Pues sí, lo lograron. Incluso el vino nuevo de Evaristo triunfó. Le llamó a su producto " Veinteamigos" ya que consideraba que gracias a sus compañeros de la asociación se había logrado.
Han pasado los años y Evaristo ha recorrido más de medio mundo. Siempre le toca el viaje que sortea la asociación. Y es que en el fondo, nuestro querido gafe, es un tipo con mucha suerte.



© Todos los derechos reservados. Rebeca Rguez