domingo, 4 de junio de 2017

DOS TRIBUS ACTUALES



Es mi forma de ser. Ni lo puedo evitar, ni han conseguido hacerla cambiar a lo largo de mi vida. Confieso que sí he tenido periodos de "pasarme al lado oscuro", pero no han durado mucho, no puedo. Siento mucho si lo que viene a continuación les parece una falta de humildad, pero no es así.
Soy una persona generosa, desprendida, sin ambiciones ni envidias, buscando siempre ayudar a quien esté a mi alcance. Claro que he aprendido a decir no cuando ha sido necesario y en esas situaciones de "no" es cuando todos mis "síes" parecen no contar.
Les pondré un ejemplo. Estás en la caja del super con tu carro de la compra y dejas pasar a cinco personas que sólo llevan "una cosita". Cuando llega una sexta persona y le dices que no, para esa persona eres un bicho. Las otras cinco no cuentan, ya se han ido y no pueden decirle a esa sexta persona que has sido muy amable dejando pasar a tanta gente. La historia que cada uno contará será diferente, pero tú eres la misma, no has dejado de ser amable por decir no, por poner un límite.
A lo largo de los años he estado en muchos proyectos, he conocido a muchas personas y he olvidado a otras tantas para bien de mi salud.

Tengo igual facilidad para hacer amigos que enemigos y todo por la misma razón: Ser como soy.

Recordaba días atrás una historia de los Evangelios donde Jesús, tras hacer un milagro, le decía al beneficiario del mismo que no contase nada a nadie. Siempre me pregunté la razón de esa encomienda. Si Jesús quería ser conocido como hijo de Dios ¿qué mejor publicidad que haber hecho un milagro? La gente le creería y reconocería. El sabía perfectamente que iban a surgir dos tribus a su alrededor. Con el paso del tiempo descubrí que la naturaleza humana es la misma, así pasen siglos.
Ante una forma de ser como la mía (que comparto con grandes personas de las que me honro ser amiga) aparecen varios tipos de personas. Los primeros son los iguales, los que entienden la generosidad en sí misma y no ven nada malo ni raro en una persona amable. Luego están los "todo el mundo es culpable hasta que se demuestre lo contrario" y por último los aprovechados.
A continuación, me enrollaré soberanamente sobre estos dos últimos tipos de "tribus".
Piensa el ladrón que todos son de su condición.
Los que no creen que se pueda ser generoso, atento, servicial, etc sin más. Piensan que la persona que actúa así busca algo a cambio, un beneficio, un favor de vuelta. No entienden el hacer el bien en sí mismo, quizá debido a que ellos mismos no lo practican.
Y si a la larga ven que no es así, en vez de dar su brazo a torcer, en su retorcida mente y amargado corazón, buscan otro justificante para tener razón. No es que ellos sean mal pensados, envidiosos a veces, egoístas y poco empáticos, noooo... "es que la persona que ha sido generosa, que se desvive por los demás, que tiene iniciativas, liderazgo, etc...esa persona, tachán-tachán, lo que tiene es afán de protagonismo, busca ser el centro". ¿Les va sonando? Seguro que casi todos han vivido no sólo una sino varias veces la misma historia.
La cosa se complica cuando se reconoce tu valía, se te alaba o, simplemente, se te agradece en público, por otros.
Lo peor es que esta persona, la que no es capaz de ver lo puro y bueno, no se queda en sus pensamientos y desprecios, no. Para reafirmarse, busca orejas que calentar. Tira la piedra y esconde la mano. De forma sutil va envenenando el entorno hasta conseguir que la persona generosa se entristezca, se aparte, en definitiva, se apague y no brille, como en la fábula de la rana y la luciérnaga.
Lo triste es que, volviendo al ejemplo del supermercado, las cinco personas a las que has dejado pasar, hacen caso a la sexta y acaban usando sus gafas para ver distorsionadamente la realidad.
¿Qué hacer? Normalmente el primer impulso es irse, dejar el proyecto, debido a que nos sentimos heridos, pero eso es dar la razón a quien nos ha empujado, es la guinda del pastel. La consecuencia es sentir que, en próximos proyectos, tienes que esconderte, no aportar, ser un borrego más, no brillar. Mi consejo, aguanta siendo como eres, el tiempo aunque se alargue a veces, da la razón. Ya se que otros aconsejarían ir a partirle la cara a quien empieza los malos rollos y mandar a tomar fanta a quienes le han creído, pero allá cada cual. Personalmente, creo que la gente puede aprender, cambiar y darse cuenta de las cosas, si tú te mantienes siendo como eres. Y lo creo por varias experiencias. Una de ellas tardó casi quince años en resolverse. Cuando la persona vino a pedirme perdón, se sorprendió de mi reacción. Ya la había perdonado los primeros meses, los siguientes años sólo fueron de espera. No hubiera podido vivir todo ese tiempo con la carga de no perdonar esperando que me lo pidieran.
Te quiero por el interés, Andrés.
Vamos ahora con los aprovechados. Son diferentes a los anteriores, pero no mejores, ya que se pueden volver en tu contra cuando no consiguen lo que quieren.
Serían los que han visto que dejas pasar a la gente con pocas cosas en tu cola del super y van a propósito a tu lado. Reconocen que no haces las cosas por obtener algo a cambio, que eres generoso, peeero consideran que eres tonto. Tampoco entienden la generosidad en sí misma. Ellos son egoístas, son la tribu de los "toopamí" y ven en tí una forma fácil de conseguir lo que quieren. Normalmente no son sinceros y directos, no te dicen lo que necesitan, insinuan para intentar convencerte (recuerda que piensan que eres tonto) de que ha sido iniciativa tuya el ayudarles y que ellos no han pedido nada. Se acomodan de tal forma, que no buscan sus propias soluciones. En el colegio era el que te copiaba, el que se aprovechaba de tus apuntes, etc. (Algún día escribiré una anécdota muy buena, de una compañera que robó mi redacción, arrancó la hoja de mi libreta y todo. Fue aprovechada, mala persona y muu tonta, criaturita)
Los toopamí rara vez preguntan por asuntos tuyos, salvo cuando quieren pedirte algo. No comparten contigo ni un pastel, incluso ni te invitan a sus cumpleaños o fiestas. Cuando precisan algo, dan vueltas alrededor de ti hasta llegar a la situación y esperan a que tú ofrezcas tu ayuda. Si no lo haces, harán otra ronda, más intensa y acabarán pidiéndotelo. Se acostumbran a que nunca digas NO, que el día que lo haces, se le cortocircuitan los cables. Algunos irán por ahí echándote porquería encima, olvidando las ocasiones de ayuda. A veces creo que en este caso, es mejor que se alejen y no vuelvan, que parasiten a otro.
Lo malo es que te hacen desconfiar de otras personas, pero de nuevo, el tiempo y la experiencia, te ayudarán a ver quien es quien. Ahora tú decides, seguir ayudándoles, sabiendo como son, ya que quizá, hasta sientas lástima por ellos por su verdadera pobreza, la pobreza de su corazón.

Y nunca, nunca olvides, que cada árbol tiene sus raíces, enterradas, fuera de la vista de todos. Que surgió de una semilla y en un entorno. Quizá ése calientaorejas o ese toopamí tenga una historia dura que le hace ser como es.
Aunque igual es más simple la cosa.
Es un coprófago y no hay que darle más vueltas al asunto.




Enhorabuena por leer hasta aquí. Veamos ahora si vuelve a funcionar la página.

domingo, 1 de enero de 2017

POR NO HACERTE SUFRIR



Agapito siempre fue un buen hijo. 

Noble, trabajador,siempre con una sonrisa. Cualquier padre estaría orgulloso. Era tanto lo que lo querían sus padres, que incluso se podría pensar que era su hijo favorito y, aunque nunca lo manifestaron públicamente, todos sabían que así era. Agapito amaba tanto a sus padres que jamás les haría daño. Aunque hacía tiempo que había formado su propia familia, que vivía en otra ciudad y que el trabajo le mantenía muy ocupado, Agapito siempre encontraba un par de minutos para telefonear a sus padres y hacerles saber que estaba bien. A ellos les bastaba con eso. La madre de Agapito era una excelente cocinera y le encantaba agasajar a todo el que llamara a su puerta. Si sabía que Agapito iba a visitarla, preparaba sus platos favoritos en abundancia para que su hijo se llevase alguna fiambrera con parte de la comida. La sobremesa era un tiempo de charla, de diversos temas, donde no faltaban el cariño y las risas.


Pero como la vida no siempre es de color de rosa, un día Agapito empezó a sentirse mal. No tardó en acudir al médico y tras hacerle unas pruebas, se le diagnóstico un cáncer muy agresivo. 
Agapito, como era tan buen hijo, no quiso hacer sufrir a sus padres, en especial a su madre, así que decidió que lo mejor era que ella no se enterase, ni notara nada raro en él. Para ello, empezó a dejar de ir a visitarla; así,ojos que no ven, corazón que no siente. Luego pensó, que como él fallecería pronto, según el pronóstico del médico, lo mejor era distanciar paulatinamente la relación con sus padres. Dejó de llamarles con la frecuencia que acostumbraba, de responder a las llamadas de ellos, de felicitar cumpleaños o Navidades y también, para tener más seguridad de que sus padres no iban a sufrir por la noticia, dejó enfriar la relación con sus hermanos, por si alguno se enteraba y se lo contaba a su madre. Pasó el tiempo y, aunque Agapito no mejoraba, tampoco empeoraba. Mientras, su madre empezó a preguntarse que pasaba, a buscar una respuesta en su cabeza sobre que fue lo que ella o su marido habían hecho para que su tan amado hijo ahora no quisiera saber nada de ellos. Pasaba las noches en blanco, recordando,  buscando teorías. Guardaba en un armario todos los regalos de cumpleaños y Navidad que Agapito nunca más fue a buscar. Los regalos para él, para su esposa y sus hijos. 
Los hermanos de Agapito, veían apagarse a su madre, consumirse en tristeza y cada vez que intentaban comenzar una conversación con él, se encontraban un muro de hielo. Él era tan bueno, que no quería que nadie sufriera cuando llegara el día.
Una noche, la madre por fin pudo cerrar los ojos, entre lágrimas y repitiendo su nombre. Ya nunca los abrió.


La noticia le pilló desprevenido, pues él se había preparado para morir antes que sus padres. Acudió a la sala del tanatorio donde velaban el cuerpo de su difunta madre. Sus hermanos y su padres le impidieron entrar, al grito de:"¡Tú la has matado!¡La has matado de pena y de sufrimiento!"


Pasaron los años. Agapito sigue vivo y sin entender la actitud que encontró ése día en el tanatorio. Èl sólo quiso evitar sufrimiento a los que lo querían. 
Hay amores... que matan.